No sé si os pasará lo mismo que a mi, pero escuchando la radio, leyendo noticias en prensa, viendo cualquier programa de televisión, uno no puede por menos que exclamar "Valla Tropa".
La gente vive en el extremo de la vida, eres de izquierdas o de derechas, de un club de fútbol o de su antagónico, de playa o de montaña... lo que suscita que cualquier pretexto sea bueno para iniciar una discusión y odiar al contrario (Que en este país es deporte nacional más practicado que el Fútbol). Por eso resulta raro aquel que ve en el "adversario" cualidades dignas de resaltar, alabar o emular.
Esta filosofía vital del cuchillo en la boca, es de la que se valen los partidos políticos, las empresas publicitarias o los medios de comunicación, para hacer negocio a costa de la ciudadanía.
Siempre que me planteo reflexiones de este tipo y de cuál podría ser la solución, acabo llegando a la misma conclusión: Necesitamos una educación que inculque en nuestros retoños, un espíritu reflexivo, crítico y respetuoso. Un Espíritu que les sirva de herramienta vital para defenderse de los extremos, para lograr alcanzar aquel objetivo tan antiguo como la misma filosofía, que no es otro que el equilibrio, el el punto medio. Un punto que es pilar fundamental de la propia humanidad.
La historia en ocasiones nos deja hechos que ejemplifican la importancia de encontrar una medida, un equilibrio en todo y por eso os traigo hoy la historia del B-17 norteamericano "Ye Olde Pub".
El 20 de Diciembre de 1943 este B-17 y su tripulación (Bertrand O.Coulombe, Alex Yelesanko, Richard A. Pechout, Lloyd H. Jennings, Hugh S. Eckenrode, Samuel W. Blackford, Spencer G. Lucas, Albert Sadok, Robert M. Andrews) al frente de la cual estaba el teniente Charles L. Brown, volvía en solitario de la misión encomendada de bombardear una fábrica de aviones en Bremen (Alemania).
El Ye Olde Pub que había despegado de Kimbolton (Inglaterra) aquel día con diez tripulantes, volvía ahora con el artillero de cola muerto, con seis tripulantes heridos incluido el piloto, Charlie Brown (que llegó incluso a perder la consciencia momentáneamente), y con tan solo tres tripulantes ilesos.
En cuanto al aparato, el estado del B-17 no era mejor que el de su tripulación.
El avión tenía el morro dañado, el fuselaje estaba cosido a impactos de las baterías antiaéreas alemanas y los cazas que les habían asediado. De los cuatro motores dos habían sido alcanzados y de los dos restantes, tan sólo uno tenía suficiente potencia para mantener el aparato en el aire. A todo esto se añadía el hecho de que tanto los sistemas eléctricos como hidráulicos estaban inservibles. (Vamos, que estaban volando de milagro).
Todavía sobrevolando territorio alemán y con aquel panorama, ninguno de sus tripulantes confiaba en alcanzar con bien las costas de Inglaterra, cuando de pronto y cuando todo parecía que no podía ir a peor... la situación empeoró (Maldita ley de Murphy...).
A cola detectaron la presencia de un Messerschmitt Bf-109 (Así que seguro que la tripulación en esos momentos comenzó a rezar todo lo que sabía antes de que les dejasen lista la documentación para viajar al otro barrio).
A los mandos de dicho caza se encontraba un piloto de la Luftwaffe, Franz Stigler, de 26 años de edad, que en ese momento tenía 22 derribos en su haber, necesitando tan sólo uno más para ganar la Cruz de Caballero.
Pero aquí viene lo fascinante de la historia.
Stigler se aproximó por la cola al B-17 dispuesto a acribillarlo, pero cuál seria su sorpresa al ver que nadie le disparaba. Pudo ver entonces, que el bombardero tenía el timón de cola roto, la torreta de cola deshecha por los impactos de proyectiles, el cadáver del artillero sacudido por la turbulencia, los dos motores parados y de los dos restante uno renqueaba dejando tras de si, una rúbrica de humo negro en el cielo.
Se aproximó algo más, poniéndose en paralelo con el "Ye Olde Pub" y comprobó a través del plexiglás roto de la cabina, que la tripulación estaba herida tratando de protegerse unos a otros del aire gélido que se colaba por los agujeros del fuselaje.
Entonces, situándose junto a la cabina destrozada del aparato enemigo, Stigler coincidió con la mirada del piloto enemigo.
« No había ningún honor en abatir aquel aparato. Para mí, dispararles en ese momento -confesaría 40 años más tarde- habría sido como hacerlo mientras saltaban en paracaídas ».
Así que Franz Stigler tomó una decisión.
Permaneció al lado del B-17, volando pegado a él para que las baterías antiaéreas alemanas no lo atacaran. Acompañó al enemigo vencido, sirviéndole de escolta hasta la costa, y allí alzó la mano en un saludo, dio media vuelta y regresó a su base. Nunca contó la historia a sus superiores, porque lo habrían fusilado antes de que cantara el gallo.
Este gesto hizo que Charlie Brown consiguiera llegar a Inglaterra y aterrizar lo que quedaba del "Ye Olde Pub" en Norfolk, poniéndose a salvo junto a los supervivientes de su tripulación.
Aquel acto de humanidad de un enemigo que volaba bajo el pabellón de la esvástica, que pasó a denominarse "El incidente Charlie Brown", quedó silenciado durante años y casi olvidado. Pero Charlie no lo olvidó.
40 años hubieron de pasar, hasta que al fin Brown, tras muchas pesquisas, recibiera una carta desde Vancouber (Canadá) con un escueto texto: "Yo era él".
Después de varias cartas y llamadas telefónicas, en 1990 lograron reunirse. Tras la emoción del primer encuentro Brown no pudo por menos de preguntar a Stigler por qué no los había derribado aquel 20 de Diciembre.
Éste le contó que al ver el estado en el que se encontraba el B-17 y su tripulación, recordó las enseñanzas del teniente Gustav Roedel, bajo cuyo mando había servido en África.
Gustav Roedel, como auténtico caballero del aire que era, les inculcó la idea de que para sobrevivir moralmente a una guerra, se debía combatir con honor y humanidad. De no ser así, no serían capaces de vivir consigo mismos el resto de sus días.
Aquel código no escrito, es el que respetó Stigler y por lo que Brown y el resto de supervivientes de su tripulación, salvaron aquel 20 de Diciembre de 1943 sus vidas.
Tras aquel primer encuentro fueron amigos hasta el fin de sus días, considerando cada uno de ellos al otro como "My special brother".
En 2008 y con sólo una diferencia de seis meses, fallecieron de sendos ataques al corazón. Franz Stigler tenía 92 años y Harry Brown 87.
¿Y la música de esta entrada?
Como acompañamiento musical para esta entrada, me quedo hoy con un tema mítico, de una película mítica ambientada en la segunda Guerra Mundial y por la que su actores protagonistas Humphrey Bogart e Ingrid Bergman, no daban un dólar (Algún día os contaré alguna curiosidad de esta pelo), pero que fue la ganadora al Oscar a la Mejor Película de aquel 1943, encumbrando a su director Michael Curtiz a lo más alto de la meca del cine.
El tema principal ya sabréis cual es y quien lo interpreta en cuanto os diga "Tócala Sam".
Exacto, casi nadie sabe como se llama y levantad la mano los que pensarais que la canción la cantaba Louis Armstrong.
No pasa nada, para eso está Augusto que entretiene y a la par educa.
El tema es "As Time Goes By" compuesta por Herman Hupfeld, e interpretada para la película por Dooley Wilson. Una delicia de canción.